Por Armando García
Con un llamado contra las
tentaciones de la riqueza, la vanidad y el orgullo, el Papa Francisco dejó
claro que con las fuerzas del mal no se dialoga, sino solamente se le responde
con la Palabra de Dios.
Con este mensaje contundente el
Sumo Pontífice le dio un jalón de orejas al clero mexicano por su falta de
acercamiento a las masas de olvidados y de los más vulnerables del país azteca.
Le dijo a la cúpula eclesiástica
que salgan a las calles y decirle un no, al Dios del Dinero. Que el pueblo
mexicano no necesita príncipes ni cardenales, sino hombres de Dios que den un
testimonio real de Fe.
Subrayó que el
narcotráfico, por su proporción y por su extensión en el país, es un foco
canceroso devorador, e invitó a sus súbditos a apoyar el combate al
narcotráfico y la violencia, comenzando por las familias; acercándose y
abrazando la periferia humana y existencial de los territorios desolados de las
ciudades controladas por el crimen organizado involucrando a las comunidades
parroquiales, las escuelas, las instituciones comunitarias, la comunidades
políticas, las estructuras de seguridad.
Leyendo entre líneas el mensaje
Papal, se da a luz lo que por mucho tiempo se sabía, pero no se divulgaba, que
el obispado mexicano no ha sabido acercarse al pueblo de Dios. Se le ha
considerado al clero mexicano, como un protector, defensor de los intereses de
la oligarquía y de grupos poderosos, olvidándose de las necesidades de los
marginados y condenados a vivir en la miseria. En parte de todo eso y por los escándalos
de pederastia de los curas, la cantidad de católicos ha disminuido, dejando
campo abierto a evangelizadores que están más apegados a las escrituras que a
dogmas impuestos por jerarquías eclesiásticas o por intereses contrarios al evangelio
de Cristo Jesús.
El pueblo mexicano es en su mayoría
católico. La población mexicana es de
unos 110 millones de personas. Se estima que el 83% es católico. El poder maligno ha
tomado control de casi un 20% de su sociedad alejándola de Dios y el episcopado
mexicano no ha sabido combatir a las fuerzas enemigas de Dios, quedándose en el
confort de su fortaleza llamada iglesia, olvidándose de la Gran Comisión
dictada por Jesucristo para sus discípulos de ir a todos los rincones para enseñar
y obedecer todo lo que ÉL les había mandado.